
Juan Ramón Capella, El aprendizaje del aprendizaje. Una introducción al estudio del Derecho, Madrid, Trotta, 5ª edición, 2017.
Cuando empecé a estudiar Derecho, me recomendaron este libro, único en su género. Hasta su aparición, quien quería tener una primera aproximación al Derecho podía leer la Introducción al Derecho de Ángel Latorre, de la cual Capella, catedrático emérito de Filosofía del Derecho en la Universidad de Barcelona, es muy deudor. Sin embargo, mientras Latorre elaboró una introducción “formal” a los estudios jurídicos, Capella lo hizo de modo más “informal”, buscando, con un punto de provocación, la formación de un jurista crítico.
Capella persigue una formación integral para el jurista que aspire a ser algo más que un mero recitador de textos o un burócrata que opera con el derecho como un fontanero con una cañería. El producto emanado de las Facultades de Derecho, hasta hace poco, era un pre-opositor, adiestrado para hacer exámenes memorísticos, que en absoluto cultivaban la curiosidad intelectual, sino que más bien le convertían en un servil leguleyo (o un “técnico”, como se dice en nuestros días).
Para Capella, el jurista crítico tiene que sobrevivir a las torturas memorísticas absurdas y a la indigencia intelectual de la Facultad de Derecho cultivando un mundo interior basado en un “aprendizaje” que sirva más allá de aprobar los rutinarios exámenes. Un jurista crítico tiene que asistir a buenos seminarios, leer literatura jurídica de verdad, y cultivarse en las demás ciencias sociales (Historia, Filosofía, Arte…), sin descuidar su “cultura general”, fundamentada en las grandes obras de la literatura universal, la música clásica y las obras maestras del cine.
Me empeñé en ojear todas las obras, escuchar todas las composiciones, y ver todas las películas que Capella recomendaba. Me hicieron mucho bien, y siempre se lo agradeceré. Como vulgarmente se dice, “son todas las que están, pero no están todas las que son”. Casi veinte años después de leerlo por primera vez, haría muy pocos cambios en sus siempre interesantes sugerencias, aunque matizaría y añadiría muchos otros títulos que Capella, un intelectual de la izquierda más militante y radical, no menciona. Hay secciones claramente desfasadas, y que necesitan una revisión a fondo, pero todas las obras que indica son clásicas, que pueden leerse aún con provecho.
A muchos juristas, –lo he constatado– este libro les causa rabia e indignación, pues les obliga a salir de sus coordenadas habituales y les revela que, más allá de los repertorios legislativos, algunos abultados manuales y demás fast-food jurídico, hay todo un mundo, empezando por una literatura jurídica de gran valor, que ni tan solo los profesores suelen conocer.
A un estudiante de Derecho le aconsejaría que leyera este libro y que siguiera sus recomendaciones, aunque advirtiendo que están escritas muy deliberadamente desde una gran subjetividad, que puede desconcertar al lector. Por ello, la larga nómina debe complementarse con muchas otras aportaciones, igualmente interesantes. De lo que no hay duda es de la exquisita –y extravagante– sensibilidad de Juan-Ramón Capella, pues nada de lo que transmite o recomienda es banal. En fin, un libro delicioso, que configura la utopía de lo que debería ser un jurista, y en el que casi ningún jurista se reconoce.
Rafael Ramis Barceló, Profesor Titular de Historia del Derecho de la UIB